La emoción igual que el pensamiento nos acompaña siempre, somos nuestro cuerpo, lo que pensamos y lo que sentimos, vivimos a la par en 3 niveles, físico, emocional y mental.  Lo que hace del ser humano, un ser complejo en constante ebullición de ideas, de estados de ánimo y de sensaciones, que se afectan entre sí.

Que seamos capaces de registrar la vida de esta manera, la convierte en una experiencia muy rica e interesante. Si recordamos un momento agradable, nos puede venir una imagen, una emoción, una frase y al revés; un olor nos puede trasladar mentalmente a un lugar, recordar a una persona, revivir una emoción…, lo que demuestra lo íntimamente relacionado que está todo y lo difícil que es de desligar. Por eso las primeras impresiones que vivimos en nuestros primeros años de vida dejan una huella tan fuerte y tan difícil de cambiar o de borrar.

En nuestra sociedad tan tecnificada y racional, se promueve una enseñanza casi exclusivamente mental, se potencia la memorización, el razonamiento, el cálculo….dejando de lado otra área igual o tan importante como la gestión de conflictos, de emociones, de equipos…, lo que se conoce como inteligencia emocional.

Es al nivel de las emociones en lo que flaqueamos más, son las grandes desconocidas y cuando nos embargan, no sabemos cómo gestionarlas y la táctica más común es negarlas, reprimirlas o sustituirlas por otras.

Las emociones se pueden reducir básicamente a 4, lo que se llaman las emociones primarias, de las cuales dependerían todas las demás. Estas son la RABIA, ALEGRÍA, MIEDO Y TRISTEZA.

Las emociones son energía en movimiento. La energía no se destruye, se transforma.

El primer paso para aprender a gestionar nuestras emociones es reconocerlas. Contactar con nuestro cuerpo, escucharlo, es fundamental para saber que sentimos y nos esta pasando. Muchas veces desde la mente nos podemos confundir y pensar estoy tranquila, no me pasa nada y por el contrario nuestro cuerpo estar rígido, sentir una presión en el diafragma o dolor de cabeza entre otras sensaciones o manifestaciones físicas.

Cuando negamos o reprimimos las emociones que no nos gustan o que socialmente no están bien vistas como el miedo, la tristeza o la rabia, estas no desaparecen, siguen presentes en nuestra vida y se terminan manifestando a través de nuestro cuerpo (Rigidez corporal, insomnio, ansiedad, apatía, falta de vitalidad, depresión, gastritis, etc.).

En terapia corporal favorecemos la expresión de nuestras emociones, liberándolas y recuperando nuestra energía vital.

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